lunes, 2 de junio de 2014

Se fue Gabo, pero no del todo




Por Tania Ocampo


Definitivamente su muerte no pudo ocurrir de otra manera. La semana fue toda prodigios y augurios dignos de sus historias: primero, la luna se puso roja; después, el cielo se desmoronó en granizos sobre la ciudad que miró sus últimos pasos. Al final, un día después de su partida, la tierra se estremeció. Gabo murió un jueves santo, igual que Ursula Iguarán, en medio de una exuberante primavera. No lo vi, pero estoy segura de que se elevó al cielo como Remedios la bella, sin tener plena conciencia de cuánto amor dejaba en este mundo.

Cuando supe de su muerte sentí que se me abría un huequito en el corazón, de esos que sólo nos pueden dejar las personas entrañables y que únicamente deben ser llenados con amor y memoria. Aunque lo conocí sólo por sus letras, hoy puedo compartir que tuve la fortuna de estrechar su mano; de turbarme con su sonrisa y de ruborizarme al no saber cómo contarle -porque el que cuenta las historias es él- que sus letras germinaron en mi pecho. 

Acudí a él, a su obra, con el asombro que imagino experimentó el coronel Aureliano Buendía, cuando conoció el hielo: aprendí perpleja, en cada letra, lo tremendamente poderosa que es la palabra, lo maravilloso de nuestras historias (aunque no todas han sido contadas), la magia que sostiene a la vida, a la muerte.

Y esa enseñanza no fue poca cosa, al contrario. Nunca volví a ser la misma y no exagero cuando digo que Gabo me cambió la mirada: jamás pude ver el mundo de la misma manera. A través de sus letras me acerqué a la historia de América Latina, que terminé eligiendo como oficio. Aprendí de dictadores y compañías bananeras y también de resistencias. Lo más importante: Nuestramérica se me apareció rebosante de colores, de olores, trémula de tanta mariposa.

En todo caso, lo que me parece más sorprendente es que tengo la seguridad de que no soy la única que aprendió a vivir y leer la historia -y el día a día- de esta manera. Estoy convencida de que pertenezco a una de tantas generaciones -porque seguramente faltan muchas otras, todas las que vienen- que ha sido tocada por las letras de Gabo. Sus novelas y cuentos nos interpelan de la forma en que lo hacen porque, a través de la magia que escapa de cada una de sus páginas, revela la poderosa realidad de nuestro continente. Hemos sido capaces de vernos en el espejo de la literatura y lo hicimos porque ésta nos ha contado de lo que somos y hemos sido, de lo que podemos y merecemos ser.

Pienso que la gran aportación de García Márquez va más allá de lo que él mismo imaginó. Se ha hablado mucho de que escribía para que lo quisieran sus amigos y creo que es difícil vislumbrar cuánto amor dejó sembrado por el mundo. Quizás por eso, quienes nos formamos la vida con sus letras hacemos referencia a él con tanta familiaridad: Gabo le decimos, porque él nos conoció el pasado mejor que nadie.

Se fue Gabo, pero no del todo.  Supongo que esas semillitas que dejó en mi pecho -y en el de muchos otros y otras al rededor del mundo- irán floreciendo, poco a poco, generando vida en el futuro.



No hay comentarios:

Publicar un comentario