jueves, 9 de junio de 2016

De la nostalgia y otros ecos


Un buen día, andando por las calles del centro de Comitán, viendo rostros conocidos, sintiendo los recuerdos y olores, y dejando volar la imaginación, me acerqué a la isla de lectura que está dentro del Pasaje Morales y me encontré con un libro titulado EL ECO DEL SILENCIO, del maestro Oscar Bonifaz






Oscar Bonifaz ilustración de Mónica López


Luego de muchos años de vivir en diversos municipios de este bello estado, regresé a este pueblo que no necesita una placa para ser mágico: Comitán.

Un buen día, andando por las calles del centro de Comitán, viendo rostros conocidos, sintiendo los recuerdos y olores, y dejando volar la imaginación, me acerqué a la isla de lectura que está dentro del Pasaje Morales y me encontré con un libro titulado EL ECO DEL SILENCIO, del maestro Oscar Bonifaz, y recordé que hace tiempo alguien me recomendó leer algo suyo, bajo la promesa de que no me arrepentiría.

Y fue así como empecé a leer al maestro Bonifaz, ese al que tantas veces visité en la Dirección de la escuela por mis insolencias; el que llevaba a los alumnos al Teatro Junchavín para que se empaparan de arte; ese maestro que tanto ha aportado a la cultura de Comitán.

Al repasar el título del libro, EL ECO DEL SILENCIO, muchas cosas pasaban por mi mente, pensaba, por ejemplo, en la razón de que en otras de sus obras la palabra “silencio" tiene ese toque de misterio.

Cuando empecé a leer, la historia se fue tornando muy familiar, en los modos y las creencias de las personas, los barrios, todos los lugares; hasta eso tan característico de los comitecos que es poner apodos, la historia me hacía reír a carcajadas mientras iba en el microbús que me llevaba a mi destino.

Pero uno de los personajes llamó mucho más mi atención por su carácter, la forma de hablar, los modales y las costumbres, hasta el nombre sonaba familiar: inevitablemente me hacían recordar mi infancia, la casa de los abuelos. Y mientras más leía, más se hacía un eco en mi memoria sobre algo familiar que alguna vez había escuchado, una anécdota, un chiste, una grosería dicha a un amigo en forma de guasa.

Al llegar a casa, decidí comentarle a mi papá la impresión que el libro había dejado en mí, sobre todo ese personaje tan familiar, y a la hora del café con pan le dije: “oí pá, uno de los personajes del libro del maestro Oscar me recuerda mucho a mi abuelito, en sus modos y carácter”, y el me respondió: “puede ser, es su compadre y cuando eran jóvenes se frecuentaban y se llevaban muy bien, llegaba mucho a la casa”.

Leer ese libro con sabor a Comitán, es una de las mejores coincidencias que uno puede tener si le gusta leer; además del orgullo de poder toparse con su distinguido autor por las calles del centro de Comitán.





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