Un buen día, andando por las calles del centro de Comitán, viendo rostros conocidos, sintiendo los recuerdos y olores, y dejando volar la imaginación, me acerqué a la isla de lectura que está dentro del Pasaje Morales y me encontré con un libro titulado EL ECO DEL SILENCIO, del maestro Oscar Bonifaz
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Oscar Bonifaz ilustración de Mónica López |
Luego
de muchos años de vivir en diversos municipios de este bello estado, regresé a
este pueblo que no necesita una placa para ser mágico: Comitán.
Un
buen día, andando por las calles del centro de Comitán, viendo rostros
conocidos, sintiendo los recuerdos y olores, y dejando volar la imaginación, me
acerqué a la isla de lectura que está dentro del Pasaje Morales y me encontré
con un libro titulado EL ECO DEL SILENCIO, del maestro Oscar Bonifaz, y recordé
que hace tiempo alguien me recomendó leer algo suyo, bajo la promesa de que no
me arrepentiría.
Y
fue así como empecé a leer al maestro Bonifaz, ese al que tantas veces visité
en la Dirección de la escuela por mis insolencias; el que llevaba a los alumnos
al Teatro Junchavín para que se empaparan de arte; ese maestro que tanto ha
aportado a la cultura de Comitán.
Al
repasar el título del libro, EL ECO DEL SILENCIO, muchas cosas pasaban por mi
mente, pensaba, por ejemplo, en la razón de que en otras de sus obras la
palabra “silencio" tiene ese toque de misterio.
Cuando
empecé a leer, la historia se fue tornando muy familiar, en los modos y las
creencias de las personas, los barrios, todos los lugares; hasta eso tan característico
de los comitecos que es poner apodos, la historia me hacía reír a carcajadas
mientras iba en el microbús que me llevaba a mi destino.
Pero
uno de los personajes llamó mucho más mi atención por su carácter, la forma de
hablar, los modales y las costumbres, hasta el nombre sonaba familiar:
inevitablemente me hacían recordar mi infancia, la casa de los abuelos. Y
mientras más leía, más se hacía un eco en mi memoria sobre algo familiar que
alguna vez había escuchado, una anécdota, un chiste, una grosería dicha a un
amigo en forma de guasa.
Al
llegar a casa, decidí comentarle a mi papá la impresión que el libro había
dejado en mí, sobre todo ese personaje tan familiar, y a la hora del café con
pan le dije: “oí pá, uno de los personajes del libro del maestro Oscar me
recuerda mucho a mi abuelito, en sus modos y carácter”, y el me respondió: “puede
ser, es su compadre y cuando eran jóvenes se frecuentaban y se llevaban muy
bien, llegaba mucho a la casa”.
Leer
ese libro con sabor a Comitán, es una de las mejores coincidencias que uno
puede tener si le gusta leer; además del orgullo de poder toparse con su
distinguido autor por las calles del centro de Comitán.
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